IM OPTICAS nº 2

57 Bípedos y binoculares Si somos bípedos es porque, además de disponer de dos pies, tenemos que coordinarlos de manera eficaz para mantenernos erguidos o agachados, saltar, andar o correr. Si cada pierna fuera por su lado, sin ponerse de acuerdo con su compañera, no seriamos bípedos, sino “monópedos”, saltando a la pata coja de forma caótica o cayendo estrepitosamente por el suelo con las piernas retorcidas. Igual que somos bípedos somos binoculares. Disponemos de dos ojos mucho más allá de lo bonito que queda uno a cada lado de la nariz. Su función es coordinarse y trabajar en perfecta armonía para podernos centrar en el espacio, calcular distancias y volúmenes, saltar de un punto a otro o seguir un objeto en movimiento de manera rápida, eficaz y segura. Si una buena coordinación podal es la garantía de equilibrio, eficiencia y confort al desplazarnos, una buena coordinación ocular es la garantía de centrar, identificar y procesar con eficacia y comodidad aquello que miramos. La Visión va mucho más allá de una buena vista o agudeza visual; la visión es un conjunto de habilidades que nos permiten interactuar de manera efectiva con el entorno y entre estas habilidades, la visión binocular es fundamental. Si para valorar que una persona anda bien vamos más allá de considerar cada pie por separado para también estudiar la coordinación entre ambos. ¿Por qué para valorar el Ver bien nos quedamos, en muchos casos, limitados al examen monocular? Sutiles en su manifestación, contundentes en sus efectos Las disfunciones binoculares no estrábicas suelen pasar desapercibidas por su sutileza. Son disfunciones que, a diferencia del estrabismo, no se hacen evidentes en su manifestación objetiva. A menudo, la propia persona ni siquiera es consciente de que las padece: roza continuamente con la maldita columna del aparcamiento, no se encuentra cómoda con sus gafas, no se acostumbra a las lentes progresivas, es incapaz de aguantar la lectura prolongada, puede incluso llegar a asumir la diplopía como una cosa “normal”por la fatiga o por la copita de orujo digestivo…entre otros fenómenos extraños. Y a pesar de todo ello, acaba integrando estas limitaciones visuales como parte de “su” normalidad. Como consecuencia, no sólo el rendimiento académico, laboral o de ocio se resiente, sino que la sensación de incomodidad más o menos permanente y las molestias, asociadas a una actividad visual exigente, provocan una sensación de malestar inevitable. La visión binocular es la gran olvidada, su evaluación sistemática como parte de los protocolos de examen y universal, esto es a todas las personas, es la asignatura pendiente. Las disfunciones binoculares no estrábicas son también causa de intolerancia a los lentes progresivos y de molestias difusas en la adaptación a las gafas. El chico que no veía borroso, pero veía mal Mientras su madre escuchaba atenta y desconcertada, un chico de 17 años explicaba el motivo principal de su visita: ver mal, pero sin ver borroso. Acostumbrado a la reacción -por otra parte normal- de otros especialistas respecto a sus extrañas manifestaciones le sorprendió escuchar que le entendíamos. Con una agudeza visual sobradamente superior a la norma, sin desviaciones oculares aparentes y en ausencia confirmada de enfermedades oculares, de vías ópticas y de áreas visuales, su motivo de queja era contradictorio. En realidad se trataba de una cuestión de matiz: una cosa es mirar y otra es ver. Como hemos explicado, podemos disponer de una buena vista, esto es, de una agudeza visual extraordinaria y a la vez padecer una alteración en la coordinación entre ambos ojos o un problema de motilidad ocular, por ejemplo. Tras el examen optométrico comprobamos como nuestro joven amigo no decía ninguna perogrullada: la presencia de una disfunción binocular, debida a una marcada tendencia a convergir los ojos, le obligaba a un continuo esfuerzo de divergencia para conseguir la fusión de las imágenes monoculares y evitar la visión doble. Sólo al preguntarle fue consciente de que, en alguna ocasión al despertarse por la mañana, había visto dos despertadores durante un instante. Aunque las disfunciones binoculares no estrábicas suelen pasar desapercibidas porque pueden controlarse, en determinadas situaciones pueden “romper” en estrabismo. Como sabemos, la diferencia entre foria y tropia (o estrabismo) reside en controlar o no controlar la coordinación entre ambos ojos. Una leve foria es asumible por el sistema y puede entenderse como normal. Si la foria es significativa, aumenta la posibilidad de descompensación, pasando a tropia latente porque, en situaciones de cansancio, estrés o enfermedad, evidenciará la falta de coordinación ocular. Un estrabismo tan discreto como para pasar desapercibido en forma de disfunción binocular no estrábica pero, al mismo tiempo, capaz de provocar una continua y desagradable sensación de esfuerzo visual permanente, era la causa de su queja principal: “...yo no es que vea borroso...pero veo mal”. Unos prismas de ayuda, para reducir el recorrido de compensación del estrabismo, fue suficiente para resolver y tratar el problema. Con las nuevas gafas no sólo recuperó la comodidad visual, también descubrió que el mundo es más tridimensional de lo que se pensaba. AMBOS OJOS MIRAN PARA PONERSE DE ACUERDO CON EL OBJETO DE FUSIONAR SUS IMÁGENES RESPECTIVAS EN UNA ÚNICA POTENCIALMENTE PROCESABLE POR LAS ÁREAS VISUALES DEL CEREBRO

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